¡Feliz comienzo de semana concienzudos!
Ya tenemos con nosotros las primeras lluvias del otoño. Es curioso cómo la humedad ambiental favorece que lleguen a nuestras fosas nasales olores más intensos, en especial los malos olores.
Sobre todo en esta época de entretiempo nos encontramos con que alguna gente se pone mucha ropa de abrigo y acaba sudando, lo que genera un “tufillo” característico que todos hemos sufrido alguna vez con un compañero de metro. Este olor desagradable se debe a las bacterias que pueblan nuestro cuerpo, que al entrar en contacto con el sudor sintetizan una serie de compuestos químicos que huelen mal. Afortunadamente, esto es algo temporal y de fácil solución: con una duchita y un poco de desodorante todo vuelve a la normalidad.
Sin embargo, a medida que los humanos nos hacemos mayores, adquirimos un olor “especial”. Sí, concienzudos, el “olor a viejo” no es algo psicológico, o algo debido por completo al afán de las abuelas de usar bolitas de antipolillas para la ropa ni a los muebles viejos.
En 2012, un grupo de investigadores de Filadelfia, confirmaron que efectivamente los ancianos tienen un olor diferente y distintivo que la gente de diferentes edades es capaz de identificar con los ojos cerrados exponiéndose únicamente al olor.
Para hacer el estudio expusieron a 41 voluntarios jóvenes (de entre 20 y 30 años) a diferentes muestras de olor que se habían tomado de tres grupos de edad diferentes: “joven” (de 20 a 30 años), “de mediana edad” (de 45 a 55 años) y “viejo” (de 75 a 95 años). Les pidieron que evaluaran la intensidad y el agrado de cada olor, y también que indicasen la edad o el rango de edad que creían que tenía el individuo en cuestión.
Los voluntarios fueron capaces de diferenciar claramente las muestras de personas “viejas” con respecto del resto. Sin embargo, tenían problemas en distinguir entre las muestras de los individuos “jóvenes” y los de “mediana edad”.
Curiosamente, a pesar de ser un olor único e identificable, en contra de lo que dicta el estereotipo, el olor de “viejo” no es algo malo. Los participantes lo valoraron como menos intenso y menos desagradable que el olor de individuos “jóvenes”. Si lo separamos por género, los participantes valoraron el olor de hombres de “mediana edad” como el más desagradable, mientras que el de “viejo” era el más agradable y el menos intenso. Sin embargo, en el caso de las mujeres, las de “mediana edad” tenían un olor más agradable que las “viejas”.
Esta capacidad de distinguir entre el olor natural de personas mayores con respecto de individuos más jóvenes no se debe a las situaciones tensas que todos hemos sufrido cuando a los 4 años venían las amigas de nuestras abuelas a darnos besos y retorcernos los mofletes mientras nos decían lo monísimos que éramos. De hecho, tiene una razón de ser bastante más primaria. ¿Más primario que una reacción de pánico-huida? Estaréis pensando. ¡Pues sí! Estos científicos han propuesto que la capacidad de diferenciar la edad mediante el olor es una ventaja evolutiva, ya que los animales puedes diferenciar entre el olor de los individuos jóvenes y saludables, que se pueden comer o lo pueden atacar, de los viejos o enfermos, que preferirán evitar cazar. Este suceso no sólo nos pasa a los humanos, los ratones, conejos, búhos y monos también modifican su olor corporal a medida que se hacen mayores.
A nivel científico, esto implica que la síntesis de compuestos químicos por el cuerpo, en este caso para generar un olor corporal, puede transmitir una información social muy útil, ya que permite, por ejemplo, la elección de una pareja sana. Sin embargo, la explicación biológica del olor no está clara, ya que el olor corporal proviene de una interacción compleja entre las secreciones de glándulas de la piel, la actividad bacteriana y la composición y secreción de las glándulas sudoríparas, que varía con la edad. Y a pesar de todos estos factores, el olor de una persona anciana en Suecia es muy similar al de una persona anciana en Estados Unidos, a pesar de que los estilos de vida hayan sido diferentes.
Este estudio abre la puerta de otros muchos, como por ejemplo, hasta qué punto nos influyen otras fuentes de olor corporal, como el de la piel o el aliento, o hasta qué punto los perfumes que utilizamos afectan de alguna manera a nuestras relaciones sociales.
Curioso, ¿verdad?