Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha utilizado una de sus más grandes e increíbles cualidades, la creatividad. Ha tenido una necesidad imperiosa de plasmar lo que veía a su alrededor, dándole un toque mágico. Ya en la prehistoria se representaban las presas que cazaban los primeros hombres, las manadas de animales que convivían con ellos, un ejemplo muy claro es el arte rupestre de las cuevas de Altamira.
Pero no hace falta que nos remontemos a esos días remotos. De la antigua Grecia se conservan jarrones y platos en los que aparecen animales y plantas. Todos hemos visto representaciones realizadas por los egipcios (gatos, escarabajos, patos…), ya sea tanto de situaciones cotidianas como de actos religiosos, al igual que los mosaicos en tiempos del Imperio Romano.
Pero, quitando estos ejemplos de arte, paralelamente, ha habido otro “arte”. Ese arte que se utiliza para describir y enseñar, para aprender. En el siglo XVI, el auge de la medicina llevó a ese interés por describir el cuerpo humano a través de las disecciones. Hombres como Vesalio, Miguel Servet y William Harvey describieron el sistema circulatorio humano, y se ayudaron de la ilustración científica para transmitir ese conocimiento. En el Renacimiento, por nombrar a algunos, Leonardo Da Vinci (que no fue un pintor muy productivo pero sí un dibujante muy prolífico) con el Hombre de Vitrubio, entre otros dibujos, o Alberto Durero, pintor que entre otras virtudes tenía la de pintar de memoria.
Ya existían bestiarios y manuales de botánica, pero en el siglo XVIII, con Linneo, padre de la taxonomía moderna, y las expediciones y relatos de viaje de Van Humboldt y Darwin, entre otros, llevan a la ilustración científica a su máximo esplendor, con esas representaciones botánicas y de animales, descripciones de nuevas criaturas que hasta ese momento se desconocía su existencia.
La aparición de la fotografía en el siglo XIX, y su desarrollo posterior, lleva a la ilustración científica un paso más allá. En el siglo XX, el padre de la neurociencia moderna, Santiago Ramón y Cajal, nos da una lección de neuroanatomía con sus increíbles esquemas y dibujos, haciendo alarde de una de las grandes características de la ilustración científica: permite esquematizar aquello que queremos transmitir, conceptualizamos y ensalzamos lo que nos parece importante, reduciendo lo superfluo en lo que queremos enseñar.
En la actualidad, los avances en fotografía y en modelado en tres dimensiones nos permiten jugar con cualquier aspecto que queramos representar. La ciencia se ha servido de la ilustración científica para enseñar, para describir, para inmortalizar estructuras, sistemas y procesos que nos rodean. La ciencia también es arte, es contar con imágenes todo lo que nos rodea.
Un articulo estupendo para los dibujantes que queremos viajar en ese camino. Gracias
Gracias por tu comentario, Isabel